Un instante basta para que nuestra vida, ese escenario de circunstancias
que nos rodea, cambié de manera abrupta. Dentro de esa saga de hechos, una mala
decisión puede tirar por la borda una carrera prospera y, mucho peor,
arrancarnos de las manos un futuro. Es monumental la cantidad de ejemplos que
podríamos repasar obedeciendo estas premisas. Pero lo que le ocurrió al basquetbolista
Slobodan ‘Boban’ Jankovic dispersa
cualquier caso que intentemos construir mediante nuestra imaginación. Un auto-atentado
fallidamente exagerado con consecuencias catastróficas para su protagonista,
hijo de un cóctel de ira, fuerza y desgraciada mala suerte.
Jankovic transitó los años 80’ como una gran promesa del básquet
europeo. Nacido en Yugoslavia en el año 1963, su porte de dos metros lo
aproximaron a aquella práctica, la cual abrazó en su primer equipo, el Estrella
Roja de Belgrado. Entre los sangrientos conflictos bélicos que se desarrollaban
en su tierra natal, ‘Boban’ lideraba a un Estrella de buena técnica pero suerte
esquiva. Los títulos no fueron moneda corriente en los diez años que formó
parte de aquella escuadra. Para compensar dicha falencia, a la gran capacidad
que Jankovic derrochaba como alero del conjunto se le complementaba un fuerte
temperamento, entremezclado con liderazgo y extremismo exigente de victorias,
que lo transformaron en un símbolo del basquetbol yugoslavo. En 1992,
disfrutando el clímax de su carrera, Jankovic dejó el Estrella Roja para firmar
por el Panionios de la liga de Grecia. Aquel
tiempo tenía un sabor amargo para el joven de aquel entonces 29 años, ya que
debido al enfrentamiento social que se vivía en territorio yugoslavo aquella
nación fue impedida de participar en los Juegos Olímpicos de Barcelona. El
suculento contrato que acababa de firmar con la entidad helénica, sin embargo,
dejaba entrever un promisorio torneo que se avecinaba para Jankovic, y un nuevo
desafío aún mayor en puerta: Transformarse en el mejor basquetbolista de Europa
alcanzado trofeos con su nuevo equipo: Recordemos que ‘Boban’ se había ido del
Estrella convertido ya en una leyenda de aquel team, pero sin títulos en las
vitrinas.
La experiencia griega comenzó dulce para Jankovic. Su
despliegue y técnica aguerrida que había mostrado en su antiguo club se veía
arrimado a la experiencia que nutría su creatividad en campo de juego. Rudo y de juego duro, con cierto aire
inclinado hacia una elegancia rústica, encabezó la travesía del Panionios en el
campeonato local. Los resultados lo acompañaban: Para los primeros meses de
1993, su equipo se encontraba disputando los play-off de semifinal de la liga.
En aquella instancia decisiva, la vida de Jankovic cambiaría para siempre en
una de las circunstancias más insólitas que han tomado lugar en la historia del
básquet.
El 28 de Abril de aquel año su equipo se medía frente al
Panathinaikos en el afán de un lugar en la final del campeonato. El partido,
desarrollado en un tensionado y nervioso plató, había arribado a un punto
clave: Panionios llevaba anotados 50 puntos y su rival 56. Seis minutos
separaban al cotejo de su conclusión. Un tanto de un bando podía demostrar que la
historia no estaba cerrada. Pero uno marcado desde el otro lado podía
sentenciar el match. Todo esto circulaba por la cabeza del siempre iracundo Jankovic
cuando interceptó un pase en el área de la escuadra contrincante e intentó
vulnerar la férrea defensa del pivot oponente Fragiskos Alvertis. Un leve salto
del gigante yugoslavo bastó para colocar la pelota en la red, pero el referí
percibió un leve forcejeo entre los dos jugadores involucrados como falta en
ataque de Jankovic. Y este, con la
cuenta regresiva del partido sobre sus hombros y la eliminación de su conjunto como
un final cada vez más próximo, estalló de manera impensada: Una vez pitada la
falta, expulsó un grito de ira hacia el aire y, cual toro embravecido, se
dirigió con su cabeza en punta hacia el bloque de acero que hacia las de
soporte de la canasta. A escasos centímetros del mismo, víctima de una furia
descontrolada, le propinó un cabezazo espeluznantemente fuerte a la dura barra
del mismo. Fue un golpe en seco terrible, digno del peor knock-out que uno
podría presenciar. Pero la preocupación más fuerte surgió de la caída de
Jankovic, que la cámara de televisión que transmitía el partido captó. No fue un colapso normal, sino que una vez
concluido el impacto de su frente con la pared del soporte, los hombros, el
cuello y la cabeza de ‘Boban’ se torcieron de manera abrupta hacia la derecha,
como si hubiesen perdido cualquier noción del equilibrio. Con toda su enormidad,
se derrumbó boca abajo en el desnudo suelo tarugado que lo rodeaba. El ruido de
la abrupta caída fue escuchado en toda la cancha. El encuentro se detuvo.
Con Jankovic en el suelo se pudo observar el primer detalle
digno de alarma: Sus extremidades balbuceaban movimientos, como si él fuese
incapaz de movilizarlos, dignos de una parálisis. Un compañero se aproximó a asistirlo,
siendo él quien escucharía el aterrador grito de ‘Boban’: “¡No siento las manos
ni las piernas, ayuda!”. Él intentó alzar su propia cabeza pero fue en vano.
Estaba completamente incapacitado. Sus pies estaban inmóviles, acurrucados tras
la longitud de sus piernas. Sus brazos, amortiguados en ‘V’ causa del impacto,
no ofrecían movimiento alguno. Su colega intentó doblarlo para enderezar su
humanidad. Allí se vio lo que el estático rostro de Jankovic había tapado hasta
entonces: Un charco de sangre en el suelo. Diversos rastros de aquel líquido
rojizo se desplegaban también en su frente y rostro. Los médicos del estadio se
aproximaron en su ayuda. Entre dos personas lograron ponerlo boca arriba.
Comenzaron a limpiarle el flujo de la cara para proseguir con el traslado de
urgencia a un hospital. La escena era dramática. Jankovic intentaba hablar con
los auxiliares mientras sus brazos se movían de manera lenta y sin rumbo
alguno. Con él desplomado en el piso e ingresando en un estado de inconciencia,
la transmisión se interrumpió. Se vendó a las apuradas al jugador y se lo
trasladó al hospital más cercano esperando, en primer lugar, que su vida no
esté en riesgo y, posteriormente, verificar las secuelas de aquel extraño
accidente.
Una vez disipado cualquier posibilidad de riesgo de muerte,
el diagnóstico dejaría entrever que las consecuencias serían extremadamente
graves: El golpe que Jankovic se había propinado a si mismo le había generado
una fractura en la tercera vértebra cervical. El daño era irreversible y la
repercusión que este tendría en su cuerpo marcaría un antes y un después en su
vida: Había quedado tetrapléjico. Tristemente insólito.
‘Boban’ se vió obligado a afrontar una nueva vida. Aquel
cotejo contra el Panathinaikos sería el último de su carrera. Largas
operaciones y arduas sesiones de rehabilitación prometían una recuperación que
nunca terminaba de ser siquiera parcial. Un puñado de meses después a su
accidente, apareció en la televisión griega. En silla de ruedas, y apenas alcanzado
mover levemente su brazo izquierdo, hizo frente a las cámaras de televisión: ‘Deseo
volver a ser el viejo Boban. Y darle algo más a este pueblo’. Cuando un
periodista le preguntó, quizá un poco falto de tacto, si volvería a jugar al básquet,
Jankovic intentó responder, entre lágrimas, algo que parecía más bien una
ilusión que una chance: ‘Tengo la esperanza de que si’.
Con su enorme cuerpo postrado, él se esforzaba por parecer
un guerrero aun batallando. Pero comenzaría a acarrear las dificultades de su
situación: Subiría notablemente de peso perjudicando su salud y su estado
comenzaría a tornarse cada vez más delicado. Tras que el boom de la noticia se
esparciera en el inconsciente colectivo, se acercó al desarrollo de la
disciplina de básquet en silla de ruedas en un equipo regional de Grecia. En simultáneo,
no dejó que sus limitaciones lo alejaran de la crianza de su hijo Vladimir, que
esbozaba un latente interés por el deporte que supo practicar su padre.
El 29 de Junio de 2006, en un crucero que lo llevaba a pasar
unas vacaciones por las islas griegas, Jankovic sufrió un infarto fatal. A los
42 años falleció con una carrera de trece años dedicados al basket profesional.
Desafortunadamente, los últimos trece años antecedentes a su deceso los había
pasado inmovilizado causa de la peor decisión de su vida.
Estremece a uno pensar que pasó por la
cabeza de Jankovic cuando le comunicaron que su propio accionar, por aquella
ira indomable que lo aproximó a hacerse daño a si mismo sin pensar las
consecuencias, lo había dejado afuera de lo que más amaba hacer. De su
proyecto. Y de su pasión. Él no tenía intención de generarse tamaño daño.
Simplemente se le soltó la cadena, no pudo controlar un impulso, y lanzó todo
por la borda. Simbolizó un ejemplo trágico de como en fracciones de segundos
las cosas pueden cambiar para siempre. Cometió un error, como podría sucederle
a cualquier ser humano. Pero las enormemente nefastas situaciones que ese
accionar desencadenarían, hacen que uno repiense por completo la existencia.
En las pausas entre visitas al médico e intentos de
fortalecer su sistema corporal, habíamos mencionado que ‘Boban’ se hacía un
espacio para criar a su hijo que, cuando sufrió su desgracia, tan solo tenía 3
años. Hoy el pequeño Vladimir tiene 25 años y forma parte de la selección de básquet
griega, país del cual tomó la nacionalidad. Por esas ironías del destino,
actualmente se encuentra vistiendo la casaca del Panathinaikos.
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