sábado, 4 de julio de 2015

Arabia Saudita- 0 Nueva Zelanda- 5, la historia de El Milagro Kiwi en Ryad




Recuerdos memorables depositados en un cajón perdido en el tiempo. Héroes de una sola tarde que escriben una historia que el tiempo transmitirá con euforia y que solo podrá ser comprobada por fotos borrosas y videos en VHS. Recuerdos de hazañas que hacen de esta vida un lugar más agradable, y nos hacen sonreír incluso cuando estamos apretados en el medio del pasillo del bondi en hora pico.
Perdido entre las estrellas del universo del anonimato se encuentra El Milagro Kiwi en Ryad. La anécdota de dos equipos con experiencias nulas, repletos de jugadores desconocidos, en un campo incógnito, un día ignorado y en un contexto forastero que fueron parte de un suceso histórico, agónico y, ¿por qué no? casi irrepetible en la historia de las eliminatorias a la Copa del Mundo. Un hecho que sirve como prueba de cómo esto tan complicado, cambiante, y hermoso llamado fútbol puede bañar en gloria a un puñado de injunables transformándolos de por vida en leyendas nacionales. Aquí su historia

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Contexto: Asia y Oceanía pre petróleo y marketing

¿Se puede decir que la Eliminatoria de Asia y Oceanía – disputada por equipos de ambas asociaciones en conjunto - rumbo a España 1982 fue emocionante y mantuvo a un continente expectante? Ni idea (!), casi no quedan registros salvo fichas de partidos y algunos compilados de goles perdidos en el internet. Eran tiempos donde los petrodólares aún no habían consumido al fútbol asiático, donde las tribunas semivacías y los sponsors locales ochentosos hacían estragos en los estadios y  donde asiáticos y oceánicos eran anónimos inubicables en el mapa del fútbol. En fin, un territorio inexplorado, extraño, compuesto por jugadores amateurs y hasta con tendencias bizarras, pero seguro mucho mejor comparado con lo que nos da el fútbol de aquel sector hoy en día, infectado de inversores, aerolíneas millonarias, empresarios y magnates. En fin.

El desarrollo del torneo clasificatorio en aquella ocasión se dio partiendo desde cuatro grupos. El 1 y el 2 tenían cinco equipos, el 3 contaba con cuatro escuadras y el 4 se ramificó en otros dos grupos, el A y el B, ambos con tres equipos, de los cuales saldrían dos de cada uno, disputando semifinales y final para decidir al ganador. Quedarían, entonces, un total de cuatro selecciones victoriosas en sus respectivos grupos que pasarían a disputar una mini-liga todos contra todos que otorgaría dos lugares para el Mundial.

En el primer grupo Nueva Zelanda logró el primer lugar (8 PJ, 6 G y 2 E), superando a Australia, Indonesia, Taiwán y Fiyi. A este último lo golearía en la última fecha, propinándole un aplastante 13 a 0. Del segundo se adueñó Arabia Saudita (4 PJ, 4 G), dejando atrás a Irak, Qatar, Bahréin y Siria. El tercer grupo tuvo como vencedor a Kuwait, metiendo el batacazo (3 PJ, 3 G) por sobre Corea del Sur, Malasia y Tailandia. En el cuarto, China se haría con la llave, ganando su grupo (2 PJ, 2 G) por sobre Japón y Macao, venciendo en semifinales a Hong Kong e imponiéndose en la final ante Corea del Norte.




Perfectos Extraños



El equipo protagonista de este relato es el neozelandés, victorioso en su apartado por sobre australianos, indonesios, taiwaneses y fiyianos. Aquel conjunto alineaba con un ofensivo 4-3-3: Del arco se adueñó durante todo el período de clasificación Richard Wilson, arquero de bigotes y gorra roja. Glen “El Flaco” Dods, Ricki Herbert, Adrian Elrick y Allan Boath eran la línea defensiva. En el medio creaban juego y distribuían la redonda Robert “Bobby” Almond, Duncan Cole y el capitán Steve “Uniceja” Summer. Completaban el conjunto los atacantes Brian Turner, Steve Wooddin  y el pibe Wynton Rufer, con 19 años en aquel entonces. Nueva Zelanda formaba con jugadores con nulo roce internacional y que participan en equipos de proyección muy escasa y de competiciones de un segundo y tercer orden. La mayoría jugaba en la débil liga local y otro puñado se repartía entre diversos equipos de Australia. La excepción era el joven  Rufer, quien en aquel entonces jugaba en el Norwich inglés. Se destacaba puntualmente solo Turner, quien entre los 60’ y los 70’ había jugado en el Chelsea, el Portsmouth y el Brentford. Turner, además, era nacido en Inglaterra, al igual que Almond, Cole, Summer y Wooddin. Los otros extranjeros nacionalizados eran el defensa Elrick y el volante Boath, ambos de origen escocés.  De las tácticas se encargaba John Adshead, británico de 39 que desde 1979 estaba a cargo del seleccionado, y que encaró el camino final rumbo a España 1982 confiando en algunas sobras del fútbol inglés mezcladas con el factor sorpresa del anónimo fútbol neozelandes.

Todos contra todos, de local y de visita

La ronda final comenzó en los últimos días de septiembre de 1981. En sus dos primeros partidos, Nueva Zelanda empató de visitante y venció por la mínima de local a China. Sin embargo en su tercer encuentro, dado en Auckland ante el Kuwait de Carlos Parreira, perdería 1-2 en un encuentro plagado de polémica en torno al arbitraje del indonesio Hardjowasito Surdarso, quien cobró dos penales inexistentes a favor del equipo kuwaití. El primero fue contenido por el arquero Wilson. 10 minutos más tarde pitaría una nueva pena máxima a favor de los de Medio Oriente. Esto desencadenaría un quiebre instantáneo en la frágil sociedad neozelandesa. Previo a la ejecución del mismo, Surdarso recibió un impacto de un proyectil desde un simpatizante que, desencajado en su propia ira, ingresó corriendo a la cancha para llevar a cabo la agresión. Tras una suspensión momentánea del cotejo, se reanudó el juego y el penal fue convertido. Finalizada la jornada, mientras los kuwaitíes festejaban el triunfo, se desencadenó el primer tole-tole oficial de la historia del fútbol oceánico entre la alegría visitante y la bronca local. En un partido esencial y envuelto en polémicas, Nueva Zelanda se iba derrotada. Seguirían dos empates a dos goles consecutivos, tanto de local ante Arabia Saudita como de visitante en la visita ante el viejo conocido Kuwait (quien clasificó a España 82’ gracias a ese punto).





A por el milagro


Para la última fecha de la fase, Nueva Zelanda tenía complicada su clasificación. Kuwait ya se encontraba con sus dos pies en tierras españolas y China, ya habiendo disputado todos sus partidos, los aventajaba por dos puntos (recordemos que en aquel entonces se otorgaban solo dos unidades por cada victoria). Quedaba como única puerta a la máxima competición una victoria en la cita ante la ya sin chances de clasificar Arabia Saudita de Mario Zagallo. Pero aquí está el dato que condicionaría todo lo sucedido en aquella tarde de los  80’: China contaba 9 goles a favor y 4 en contra. O sea, una diferencia de 5 a favor. Nueva Zelanda con 6 goles a favor y 6 en contra. Entonces, una diferencia de 0. Esto daba como pauta para neozelandeses la necesidad de convertir cinco goles para forzar un desempate ante chinos en campo neutral. En fin, un quilombo de la san puta un escenario muy complicado.


La hazaña

El cotejo se disputaba en Ryad, ciudad capital árabe. Era un 19 de Diciembre de 1981. Turbantes, múltiples espacios vacios en las tribunas, carteles con leyendas inentendibles y césped sintético.  Los locales eran irreconocibles. El desconocimiento de los pocos encargados de cubrir aquel partido en torno al conjunto de Zagallo era tal que los relatores recurrieron a su imaginación para describir los nombres del conjunto de casa. El entrenador neozelandés Adshead, se encargó de bañar en realismo a los suyos. En el vestuario de aquel extraño y lejano estadio propuso a su equipo lograr la victoria, independientemente de la cantidad de goles anotados, y volver a Nueva Zelanda con la frente en alto. Adshead se basó en que lo importante aquel día era la dignidad y jugó todas sus fichas a confiar en el pobre estado de los jugadores de Arabia: El arquero Salim Marwam llevaba meses sin jugar profesionalmente, muchos jugadores se encontraban disconformes y en conflicto con la asociación local teniendo así que apelar a varios suplentes y, por último, Los Hijos del Desierto no habían ganado ningún partido de la fase final. Llevaban cuatro derrotas y un empate.
Los restos del fútbol árabe reconvertidos en selección nacional poco pudieron hacer ante una Nueva Zelanda que con muy poco empezó a hacer posible lo que pocos daban por factible. Dos ráfagas de dobletes despertaron ilusiones: Al minuto 16’ Rufer anotó el 1 a 0 gracias a un disparo alto y frontal al arco rival. Turner apareció por la izquierda del área un minuto más tarde y, gracias a la nula resistencia defensiva árabe, puso el 2 a 0. A los 38’, Rufer vuelve a la escena para dar un pase al arco defendido por Marwam que el valla, mal posicionado, solo alcanzo a ver con la mirada. 3 a 0. A cinco el final, Summer tiro por izquierda un tiro que el meta no pudo retener, dejando la pelota a medio morir a centímetros de su arco. La defensa árabe tardó una eternidad en darse cuenta y Wooddin aplicó. 4 a 0. Un gol más forzaba un partido desempate. Un tanto más era acariciar la chance mundialista.

Es difícil de creer, pero realmente está sucediendo” es la frase más famosa en la historia del fútbol neozelandes. Salió de los labios del relator de la transmisión de aquel encuentro, segundos luego del tanto de Wooddin. Contra todo pronóstico, Nueva Zelanda, en aquella ocasión vistiendo una camiseta color verde marino, goleaba en su cotejo ante Arabia y acariciaba la chance de revivir sus aspiraciones de obtener un lugar en España 82’. La historia lograría su climax, entonces, cuando nuevamente Wooddin se abalanzó a por la bocha en un contraataque neozelandés a segundos del final de la primera parte. Con su pierna derecha intento levantar la pelota por sobre el arquero Marwam tras recibir un cabezazo desde afuera del área proveniente del mediocampista Herbert. El valla saltó con los puños en alto pero tomó un pésimo impulso. La poca altura que había ganado hizo que, mientras la pelota se perdía sin dueño a la derecha del área,  chocará con el atacante visitante. El árbitro, Charler Corver, originario de Holanda, pitaría penal a favor de Nueva Zelanda.
“¡El referí concede el penal!”. El desconocido narrador que relataba en cadena nacional en cada hogar neozelandés derrochó entusiasmo, euforía y sorpresa en aquella declaración. El encargado de lanzar el penal era Turner, autor de un gol en aquel partido.

Recuerdo que de los nervios no podía soltar la pelota del punto de falta. El referí, que creo que era europeo, me decía ‘Tómelo con calma señor. Calmesé’, y yo solo alcanzaba a doblar el cuello y mirarlo. Me encontraba duro como una roca” diría Tuner años más tarde en una entrevista. Un tiro suave y preciso al medio del arco árabe, opuesto a la dirección orientada a la derecha del arquero Marwam, hizo estallar en alegría a un pueblo. Uno de los momentos más representativos de aquella escena fue cuando Almond, entre festejos y abrazos, le recordó a Herbert una bizarra apuesta que habían hecho en el vestuario previo a salir a la cancha: “Se acercó y me dijo ‘Hey Bobby (Almond), si marcamos cinco goles te beso el culo”. Cuando Brian (Turner) anotó el penal, lo busqué con la mirada y le dije “Vos venís para acá” confesaría entre risas el jugador tiempo después.



El primer tiempo concluyó con un 5 a 0 a favor de Nueva Zelanda. Parecía una alucinación.  El entrenador Adshead ordenó una táctica defensiva con la idea básica de conservar el resultado e ir a por lo seguro. Daba la sensación de que el resultado era un baldazo de agua fría para ambas partes, pero mayormente para los neozelandeses, que a pesar del pésimo juego árabe no podían caber en su alegría y expectación al conocer que estaban a 45 minutos de volver a soñar con convertirse en jugadores mundialistas y, en caso de lograr lo que parecía imposible, leyendas nacionales. El segundo tiempo se desarrolló con dificultad. Nueva Zelanda mató la redonda con pelotazos y un despliegue únicamente defensivo. El pasto sintético era otro adversario más en el campo de juego, ocasionando cortes y molestias en los pies de los protagonistas.  En silencio y con cautela, Nueva Zelanda mantuvo el cero en su arco y llegó a la finalización del partido logrando alcanzar un desempate con China. 

A pesar del cansancio físico, los cortes, la poca experiencia y la nula confianza que le auguraban los pronosticadores, los muchachos de Oceanía alcanzaron la epopeya, que sería bautizada como El Milagro Kiwi en Ryad. Y ya habían llegado demasiado lejos para detenerse…



A por la gloria

El 27 de Diciembre de 1981, como alumno del secundario dando en mesa de examen en el último suspiro del año, Nueva Zelanda arribó a Singapur, el campo neutral elegido para el choque con China. El ganador alcanzaría la participación en la Copa del Mundo. “No se trata de mí ni se trata de los rivales. Se trata de su historia. De ustedes mismos” rezaría el DT Adshead en el vestuario. ¿Recuerdan que dijimos que Adshead tenía ciertas tendencias a invocar a migajas del football de las islas británicas? Fue ese quizá el factor más importante. Con un poco más de juego y manejo de la redonda Nueva Zelanda superó por poco al duro y nulo de improvisación juego chino.  A los 24 minutos del primer tiempo Wooddin apareció en el borde del área para cruzar un remate cruzado que beso la red rival. El primer tiempo finalizó a favor de los neozelandeses. “Llegamos al vestuario e intentamos tranquilizamos. Sabíamos que esto se resolvía con un gol más. No teníamos nada que perder. Y teníamos mucho que ganar”, asi describiría la situación del equipo oceánico en aquel vestidor el defensa Dods.

El segundo tiempo comenzó y Nueva Zelanda golpearía en el marcador nuevamente: El arquero Wilson saco desde su valla un pelotazo en largo que, pasando por arriba de cabezazos en vano desde jugadores chinos, Wooddin logró acomodar con la testa para que el delantero Rufer la recibiera con pierna derecha, corriera con la bocha al piso en diagonal al arco rival y, tras regatear hábilmente a un adversario, sacara desde el borde del área un tiro que se clavaría en el ángulo izquierdo del arco. Gritos de descargo, corridas y sonrisas que chocaban ante la incredulidad china y la frialdad del estado singapurense. 



A quince minutos del final, China lograría traer cierto suspenso al cotejo cuando el delantero Huang Xiangdong anotó el descuento de tiro libre. Pero, salvo centros con destino incierto, no lograrían inquietar al ya emocionado y eufórico conjunto neozelandés. Cuando el partido finalizó, entre abrazos y llanto de conmoción, la leyenda del equipo ya clasificado a la Copa del Mundo era un hecho. El 27 de diciembre, en un ignoto estadio de Singapur, la hazaña neozelandesa encontraba su éxtasis. Tras el milagro ante árabes y la victoria definitiva ante chinos, los muchachos de Adshead se preparaban para su primera experiencia mundialista, sensación seguramente incomparable para quellos héroes de comienzos de los 80’.

En ese momento no cabía en nuestras mentes lo que acabábamos de lograr. Habíamos clasificado a Nueva Zelanda a la Copa del Mundo,  el torneo más convocador y apasionante a lo largo del globo” diría posteriormente  el capitán Steve Summer. El mediocampista Almond sería un poco más directo y sincero: “Fue increíble. Ni nosotros lo podíamos creer”.

En España 1982, Nueva Zelanda finalizaría sin victorias en tres partidos, cayendo ante Brasil, la URSS y Escocia, siendo eliminada en fase de grupos tras una fugaz participación.


En fin, este es uno de los relatos encantadoramente poco conocidos del fútbol. Un relato que cuenta como este místico azar en forma de pelota puede hacer real el anhelo más lejano de tu cabeza, en un estadio repleto o en el patio de tu colegio de secundaria, convirtiendo al fútbol en sinónimo de uno de los momentos más felices de tu existencia.


El condimento especial de esta historia pasa también por la eterna contradicción de los tiempos futuros. Compañías, multinacionales y adinerados que hacen, detrás de un abrazo tras un gol agónico ó un llanto sincero tras un partido que marca un antes y un después en tu vida, un negocio frío y ausente de vitalidad. Y aun aceptando que a todos nos gusta la guita, los aires acondicionados, la Coca Cola y el WhatsApp, reconocemos lo puras y fascinantemente ingenuas que eran estas hazañas anónimas pero inolvidables, en tiempos de jugadores amateurs, videos de transmisiones caseras que luego quedan perdidos en las profundidades de coleccionistas de YouTube y terrenos inexplorados que tras bañarse en gloria pasaban al primer plano del fútbol de elite mundial. 


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