Recuerdos memorables
depositados en un cajón perdido en el tiempo. Héroes de una sola tarde que
escriben una historia que el tiempo transmitirá con euforia y que solo podrá
ser comprobada por fotos borrosas y videos en VHS. Recuerdos de hazañas que
hacen de esta vida un lugar más agradable, y nos hacen sonreír incluso cuando
estamos apretados en el medio del pasillo del bondi en hora pico.
Perdido entre las
estrellas del universo del anonimato se encuentra El Milagro Kiwi en Ryad. La
anécdota de dos equipos con experiencias nulas, repletos de jugadores
desconocidos, en un campo incógnito, un día ignorado y en un contexto forastero
que fueron parte de un suceso histórico, agónico y, ¿por qué no? casi
irrepetible en la historia de las eliminatorias a la Copa del Mundo. Un hecho
que sirve como prueba de cómo esto tan complicado, cambiante, y hermoso llamado fútbol puede bañar en gloria a un puñado de injunables transformándolos
de por vida en leyendas nacionales. Aquí su historia
.
Contexto: Asia y
Oceanía pre petróleo y marketing
¿Se puede decir que la
Eliminatoria de Asia y Oceanía – disputada por equipos de ambas asociaciones en
conjunto - rumbo a España 1982 fue emocionante y mantuvo a un continente
expectante? Ni idea (!), casi no quedan registros salvo fichas de partidos y
algunos compilados de goles perdidos en el internet. Eran tiempos donde los
petrodólares aún no habían consumido al fútbol asiático, donde las tribunas
semivacías y los sponsors locales ochentosos hacían estragos en los estadios
y donde asiáticos y oceánicos eran
anónimos inubicables en el mapa del fútbol. En fin, un territorio inexplorado,
extraño, compuesto por jugadores amateurs y hasta con tendencias bizarras, pero
seguro mucho mejor comparado con lo que nos da el fútbol de aquel sector hoy en
día, infectado de inversores, aerolíneas millonarias, empresarios y magnates. En
fin.
El desarrollo del
torneo clasificatorio en aquella ocasión se dio partiendo desde cuatro grupos.
El 1 y el 2 tenían cinco equipos, el 3 contaba con cuatro escuadras y el 4 se
ramificó en otros dos grupos, el A y el B, ambos con tres equipos, de los
cuales saldrían dos de cada uno, disputando semifinales y final para decidir al
ganador. Quedarían, entonces, un total de cuatro selecciones victoriosas en sus
respectivos grupos que pasarían a disputar una mini-liga todos contra todos que
otorgaría dos lugares para el Mundial.
En el primer grupo
Nueva Zelanda logró el primer lugar (8 PJ, 6 G y 2 E), superando a Australia,
Indonesia, Taiwán y Fiyi. A este último lo golearía en la última fecha,
propinándole un aplastante 13 a 0. Del segundo se adueñó Arabia Saudita (4 PJ,
4 G), dejando atrás a Irak, Qatar, Bahréin y Siria. El tercer grupo tuvo como
vencedor a Kuwait, metiendo el batacazo (3 PJ, 3 G) por sobre Corea del Sur,
Malasia y Tailandia. En el cuarto, China se haría con la llave, ganando su
grupo (2 PJ, 2 G) por sobre Japón y Macao, venciendo en semifinales a Hong Kong
e imponiéndose en la final ante Corea del Norte.
Perfectos Extraños

El equipo protagonista
de este relato es el neozelandés, victorioso en su apartado por sobre
australianos, indonesios, taiwaneses y fiyianos. Aquel conjunto alineaba con un
ofensivo 4-3-3: Del arco se adueñó durante todo el período de clasificación Richard
Wilson, arquero de bigotes y gorra roja. Glen “El Flaco” Dods, Ricki Herbert,
Adrian Elrick y Allan Boath eran la línea defensiva. En el medio creaban juego
y distribuían la redonda Robert “Bobby” Almond, Duncan Cole y el capitán Steve “Uniceja”
Summer. Completaban el conjunto los atacantes Brian Turner, Steve Wooddin y el pibe Wynton Rufer, con 19 años en aquel
entonces. Nueva Zelanda formaba con jugadores con nulo roce internacional y que
participan en equipos de proyección muy escasa y de competiciones de un segundo
y tercer orden. La mayoría jugaba en la débil liga local y otro puñado se repartía
entre diversos equipos de Australia. La excepción era el joven Rufer, quien en aquel entonces jugaba en el
Norwich inglés. Se destacaba puntualmente solo Turner, quien entre los 60’ y
los 70’ había jugado en el Chelsea, el Portsmouth y el Brentford. Turner,
además, era nacido en Inglaterra, al igual que Almond, Cole, Summer y Wooddin.
Los otros extranjeros nacionalizados eran el defensa Elrick y el volante Boath,
ambos de origen escocés. De las tácticas
se encargaba John Adshead, británico de 39 que desde 1979 estaba a cargo del seleccionado, y que encaró el camino final rumbo
a España 1982 confiando en algunas sobras del fútbol inglés mezcladas con el
factor sorpresa del anónimo fútbol neozelandes.
Todos contra todos, de
local y de visita
La ronda final comenzó
en los últimos días de septiembre de 1981. En sus dos primeros partidos, Nueva
Zelanda empató de visitante y venció por la mínima de local a China. Sin
embargo en su tercer encuentro, dado en Auckland ante el Kuwait de Carlos
Parreira, perdería 1-2 en un encuentro plagado de polémica en torno al
arbitraje del indonesio Hardjowasito Surdarso, quien cobró dos penales
inexistentes a favor del equipo kuwaití. El primero fue contenido por el
arquero Wilson. 10 minutos más tarde pitaría una nueva pena máxima a favor de
los de Medio Oriente. Esto desencadenaría un quiebre instantáneo en la frágil
sociedad neozelandesa. Previo a la ejecución del mismo, Surdarso recibió un
impacto de un proyectil desde un simpatizante que, desencajado en su propia
ira, ingresó corriendo a la cancha para llevar a cabo la agresión. Tras una
suspensión momentánea del cotejo, se reanudó el juego y el penal fue
convertido. Finalizada la jornada, mientras los kuwaitíes festejaban el
triunfo, se desencadenó el primer tole-tole oficial de la historia del fútbol
oceánico entre la alegría visitante y la bronca local. En un partido esencial y
envuelto en polémicas, Nueva Zelanda se iba derrotada. Seguirían dos empates a
dos goles consecutivos, tanto de local ante Arabia Saudita como de visitante en
la visita ante el viejo conocido Kuwait (quien clasificó a España 82’ gracias a
ese punto).

A por el milagro
Para la última fecha
de la fase, Nueva Zelanda tenía complicada su clasificación. Kuwait ya se
encontraba con sus dos pies en tierras españolas y China, ya habiendo disputado
todos sus partidos, los aventajaba por dos puntos (recordemos que en aquel
entonces se otorgaban solo dos unidades por cada victoria). Quedaba como única
puerta a la máxima competición una victoria en la cita ante la ya sin chances
de clasificar Arabia Saudita de Mario Zagallo. Pero aquí está el dato que
condicionaría todo lo sucedido en aquella tarde de los 80’: China contaba 9 goles a favor y 4 en
contra. O sea, una diferencia de 5 a favor. Nueva Zelanda con 6 goles a favor y
6 en contra. Entonces, una diferencia de 0. Esto daba como pauta para
neozelandeses la necesidad de convertir cinco goles para forzar un desempate
ante chinos en campo neutral. En fin, un quilombo de la san puta un escenario
muy complicado.
La hazaña
El cotejo se disputaba
en Ryad, ciudad capital árabe. Era un 19 de Diciembre de 1981. Turbantes, múltiples
espacios vacios en las tribunas, carteles con leyendas inentendibles y césped
sintético. Los locales eran
irreconocibles. El desconocimiento de los pocos encargados de cubrir aquel
partido en torno al conjunto de Zagallo era tal que los relatores recurrieron a
su imaginación para describir los nombres del conjunto de casa. El entrenador neozelandés
Adshead, se encargó de bañar en realismo a los suyos. En el vestuario de aquel
extraño y lejano estadio propuso a su equipo lograr la victoria,
independientemente de la cantidad de goles anotados, y volver a Nueva Zelanda
con la frente en alto. Adshead se basó en que lo importante aquel día era la
dignidad y jugó todas sus fichas a confiar en el pobre estado de los jugadores
de Arabia: El arquero Salim Marwam llevaba meses sin jugar profesionalmente,
muchos jugadores se encontraban disconformes y en conflicto con la asociación
local teniendo así que apelar a varios suplentes y, por último, Los Hijos del
Desierto no habían ganado ningún partido de la fase final. Llevaban cuatro
derrotas y un empate.
Los restos del fútbol
árabe reconvertidos en selección nacional poco pudieron hacer ante una Nueva
Zelanda que con muy poco empezó a hacer posible lo que pocos daban por
factible. Dos ráfagas de dobletes despertaron ilusiones: Al minuto 16’ Rufer
anotó el 1 a 0 gracias a un disparo alto y frontal al arco rival. Turner
apareció por la izquierda del área un minuto más tarde y, gracias a la nula
resistencia defensiva árabe, puso el 2 a 0. A los 38’, Rufer vuelve a la escena
para dar un pase al arco defendido por Marwam que el valla, mal posicionado,
solo alcanzo a ver con la mirada. 3 a 0. A cinco el final, Summer tiro por
izquierda un tiro que el meta no pudo retener, dejando la pelota a medio morir
a centímetros de su arco. La defensa árabe tardó una eternidad en darse cuenta
y Wooddin aplicó. 4 a 0. Un gol más forzaba un partido desempate. Un tanto más
era acariciar la chance mundialista.
“Es difícil de creer,
pero realmente está sucediendo” es la frase más famosa en la historia del
fútbol neozelandes. Salió de los labios del relator de la transmisión de aquel encuentro,
segundos luego del tanto de Wooddin. Contra todo pronóstico, Nueva Zelanda, en
aquella ocasión vistiendo una camiseta color verde marino, goleaba en su cotejo
ante Arabia y acariciaba la chance de revivir sus aspiraciones de obtener un
lugar en España 82’. La historia lograría su climax, entonces, cuando nuevamente
Wooddin se abalanzó a por la bocha en un contraataque neozelandés a segundos
del final de la primera parte. Con su pierna derecha intento levantar la pelota
por sobre el arquero Marwam tras recibir un cabezazo desde afuera del área
proveniente del mediocampista Herbert. El valla saltó con los puños en alto
pero tomó un pésimo impulso. La poca altura que había ganado hizo que, mientras
la pelota se perdía sin dueño a la derecha del área, chocará con el atacante visitante. El
árbitro, Charler Corver, originario de Holanda, pitaría penal a favor de Nueva
Zelanda.
“¡El referí concede el
penal!”. El desconocido narrador que relataba en cadena nacional en cada hogar
neozelandés derrochó entusiasmo, euforía y sorpresa en aquella declaración. El
encargado de lanzar el penal era Turner, autor de un gol en aquel partido.
“Recuerdo que de los
nervios no podía soltar la pelota del punto de falta. El referí, que creo que
era europeo, me decía ‘Tómelo con calma señor. Calmesé’, y yo solo alcanzaba a
doblar el cuello y mirarlo. Me encontraba duro como una roca” diría Tuner años
más tarde en una entrevista. Un tiro suave y preciso al medio del arco árabe,
opuesto a la dirección orientada a la derecha del arquero Marwam, hizo estallar
en alegría a un pueblo. Uno de los momentos más representativos de aquella
escena fue cuando Almond, entre festejos y abrazos, le recordó a Herbert una
bizarra apuesta que habían hecho en el vestuario previo a salir a la cancha:
“Se acercó y me dijo ‘Hey Bobby (Almond), si marcamos cinco goles te beso el
culo”. Cuando Brian (Turner) anotó el penal, lo busqué con la mirada y le dije
“Vos venís para acá” confesaría entre risas el jugador tiempo después.

El primer tiempo
concluyó con un 5 a 0 a favor de Nueva Zelanda. Parecía una alucinación. El entrenador Adshead ordenó una táctica
defensiva con la idea básica de conservar el resultado e ir a por lo seguro.
Daba la sensación de que el resultado era un baldazo de agua fría para ambas
partes, pero mayormente para los neozelandeses, que a pesar del pésimo juego
árabe no podían caber en su alegría y expectación al conocer que estaban a 45
minutos de volver a soñar con convertirse en jugadores mundialistas y, en caso
de lograr lo que parecía imposible, leyendas nacionales. El segundo tiempo se
desarrolló con dificultad. Nueva Zelanda mató la redonda con pelotazos y un
despliegue únicamente defensivo. El pasto sintético era otro adversario más en
el campo de juego, ocasionando cortes y molestias en los pies de los
protagonistas. En silencio y con
cautela, Nueva Zelanda mantuvo el cero en su arco y llegó a la finalización del
partido logrando alcanzar un desempate con China.
A pesar del cansancio físico,
los cortes, la poca experiencia y la nula confianza que le auguraban los
pronosticadores, los muchachos de Oceanía alcanzaron la epopeya, que sería
bautizada como El Milagro Kiwi en Ryad. Y ya habían llegado demasiado lejos
para detenerse…
A por la gloria
El 27 de Diciembre de
1981, como alumno del secundario dando en mesa de examen en el último suspiro
del año, Nueva Zelanda arribó a Singapur, el campo neutral elegido para el
choque con China. El ganador alcanzaría la participación en la Copa del Mundo. “No
se trata de mí ni se trata de los rivales. Se trata de su historia. De ustedes
mismos” rezaría el DT Adshead en el vestuario. ¿Recuerdan que dijimos que
Adshead tenía ciertas tendencias a invocar a migajas del football de las islas
británicas? Fue ese quizá el factor más importante. Con un poco más de juego y
manejo de la redonda Nueva Zelanda superó por poco al duro y nulo de
improvisación juego chino. A los 24
minutos del primer tiempo Wooddin apareció en el borde del área para cruzar un
remate cruzado que beso la red rival. El primer tiempo finalizó a favor de los
neozelandeses. “Llegamos al vestuario e intentamos tranquilizamos. Sabíamos que
esto se resolvía con un gol más. No teníamos nada que perder. Y teníamos mucho
que ganar”, asi describiría la situación del equipo oceánico en aquel vestidor el
defensa Dods.
El segundo tiempo
comenzó y Nueva Zelanda golpearía en el marcador nuevamente: El arquero Wilson
saco desde su valla un pelotazo en largo que, pasando por arriba de cabezazos
en vano desde jugadores chinos, Wooddin logró acomodar con la testa para que el
delantero Rufer la recibiera con pierna derecha, corriera con la bocha al piso
en diagonal al arco rival y, tras regatear hábilmente a un adversario, sacara
desde el borde del área un tiro que se clavaría en el ángulo izquierdo del
arco. Gritos de descargo, corridas y sonrisas que chocaban ante la incredulidad
china y la frialdad del estado singapurense.

A quince minutos del
final, China lograría traer cierto suspenso al cotejo cuando el delantero Huang
Xiangdong anotó el descuento de tiro libre. Pero, salvo centros con destino
incierto, no lograrían inquietar al ya emocionado y eufórico conjunto
neozelandés. Cuando el partido finalizó, entre abrazos y llanto de conmoción,
la leyenda del equipo ya clasificado a la Copa del Mundo era un hecho. El 27 de
diciembre, en un ignoto estadio de Singapur, la hazaña neozelandesa encontraba
su éxtasis. Tras el milagro ante árabes y la victoria definitiva ante chinos,
los muchachos de Adshead se preparaban para su primera experiencia mundialista,
sensación seguramente incomparable para quellos héroes de comienzos de los 80’.
“En ese momento no
cabía en nuestras mentes lo que acabábamos de lograr. Habíamos clasificado a
Nueva Zelanda a la Copa del Mundo, el torneo
más convocador y apasionante a lo largo del globo” diría posteriormente el capitán Steve Summer. El mediocampista
Almond sería un poco más directo y sincero: “Fue increíble. Ni nosotros lo
podíamos creer”.
En España 1982, Nueva
Zelanda finalizaría sin victorias en tres partidos, cayendo ante Brasil, la
URSS y Escocia, siendo eliminada en fase de grupos tras una fugaz
participación.
En fin, este es uno de
los relatos encantadoramente poco conocidos del fútbol. Un relato que cuenta
como este místico azar en forma de pelota puede hacer real el anhelo más lejano
de tu cabeza, en un estadio repleto o en el patio de tu colegio de secundaria,
convirtiendo al fútbol en sinónimo de uno de los momentos más felices de tu
existencia.
El condimento especial de esta historia pasa
también por la eterna contradicción de los tiempos futuros. Compañías,
multinacionales y adinerados que hacen, detrás de un abrazo tras un gol agónico
ó un llanto sincero tras un partido que marca un antes y un después en tu vida,
un negocio frío y ausente de vitalidad. Y aun aceptando que a todos nos gusta
la guita, los aires acondicionados, la Coca Cola y el WhatsApp, reconocemos lo
puras y fascinantemente ingenuas que eran estas hazañas anónimas pero
inolvidables, en tiempos de jugadores amateurs, videos de transmisiones caseras
que luego quedan perdidos en las profundidades de coleccionistas de YouTube y
terrenos inexplorados que tras bañarse en gloria pasaban al primer plano del
fútbol de elite mundial.